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Zadie Smith: «Para Mark Zuckerberg cada niño de 13 años vale 275 dólares: les pone un precio, como el de un esclavo»

Tras una década como profesora en Nueva York, Zadie Smith ha vuelto a Londres y su Willesden natal en ‘La impostura’ (‘The Fraud’, en inglés), que acaba de publicar Salamandra. Precisamente sobre el peso de la hipocresía y las mentiras que nos contamos como sociedad ha hablado la escritora británica este miércoles en el CCCB, en el marco de la Biennal de Pensament. Y es que ‘La impostura’, ambientada en el Londres del XIX (es su primera novela histórica) narra un hecho real que conmocionó a la sociedad victoriana: el caso Tichborne, un juicio mediático sobre un hombre que aseguraba ser un rico heredero desaparecido en un naufragio para así cobrar una suculenta herencia. El impostor, un carnicero que en realidad poco tenía de aristócrata, generó una enorme oleada de apoyo populista entre las clases más humildes, hartas de un sistema judicial corrupto y amañado por los poderosos. La novela, en la que abundan escritores como Charles Dickens, blanco de divertidas pullas, tiene como telón de fondo la revuelta de los esclavos en Jamaica, el lugar de nacimiento de la madre de Smith.

Es tentador pensar que después de su década americana, en la que vivió el ascenso de Trump y el Brexit a distancia, se puso a escribir una novela sobre cómo opera el populismo. Pero también ha explicado que casos como el de O. J. Simpson siempre le han fascinado, ¿por qué?

Me interesan las mentiras y la hipocresía en general. Lo que más quería era escribir sobre Jamaica e Inglaterra, y eso implicaba escribir sobre la hipocresía. Soy producto de esos dos países y quería saber más sobre su historia. Empecé a pensar en este libro hace 12 años, antes de Trump, aunque obviamente, como todo escritor que ha vivido en Nueva York, Trump termina colándose en tu mente. 

Su madre es jamaicana, ¿sentía algún tipo de responsabilidad? 

Oh, no, soy una escritora muy irresponsable. No acepto responsabilidades. Escribo por interés propio. 

El caso Tichborne, que generó encendidas pasiones durante años, es un ejemplo de cómo las emociones a veces arrasan con el pensamiento racional, ¿siempre ha sido así?

Mira, una de las cosas en las que he estado pensando más en los últimos 15 años es en la frase: ‘la mayoría de la gente son nazis’. No quiero decir que la mayoría de las personas sean nazis reales, solo quiero decir que la mayoría de las personas son increíblemente susceptibles. Me incluyo. Somos susceptibles como personas. Es mejor admitir eso sobre nosotros mismos, porque explica mucho sobre cómo va el mundo.

¿En qué sentido?

La mayoría de las personas, por ejemplo, están seguras de que no pueden ser hipnotizadas. Pero todos, casi todos, pueden ser hipnotizados. La emoción es una parte normal de la vida humana. No es algo de lo que avergonzarse. Los tribunales de Inglaterra, que supuestamente eran muy racionales, hacían cosas como enviar a niños a prisión o a Australia por robar un saco de azúcar. Eso no es muy racional, ¿no? La novela va sobre un caso irracional que expuso algunas de las hipocresías de los tribunales. Así que no considero que el populismo de este libro sea algo particularmente terrible. En primer lugar, es un populismo de izquierda. Y en segundo lugar, funcionó. A veces, el populismo funciona.

Dejando de lado a América Latina, a quien parece estar funcionándole mejor es a la derecha. 

Sí. Ahora mismo el populismo es de derechas lo que, por supuesto, da miedo. Lo que intento explicar es que cuando los sistemas se presentan como racionales y no lo son, a veces la gente se levanta en una marea de lo que parece ser racionalidad. Pero ya sabes, no hay otra manera de cambiar el sistema. A veces parece la única.

Usted suele decir que las cosas que más aprecia, los parques, las escuelas y los hospitales, son producto de la era victoriana, una época muy dura y cruel. 

Fue una época de terrible injusticia, pero la década de 1830 en Inglaterra también fue un periodo de reformas extraordinarias. Antes los únicos con derecho a voto eran los aristócratas. Las mujeres, los niños y los colonizados no contaban. No había sistemas de educación ni de salud pública. Todas esas cosas son un regalo de los victorianos. El reto era describir una sociedad que, aunque parecía estar viviendo un infierno, también hizo reformas extraordinarias. También es una historia positiva.

A Dickens lo hace aparecer en toda la novela, aunque se meta un poco con él. ¿Qué significa para usted?

Lo leí cuando era una niña. Sin insultar la literatura de mi país, diría que los ingleses somos muy buenos escribiendo para niños. La mayoría de nuestros grandes libros son para niños, y Dickens es esencialmente un gran escritor para niños. 

¿Siempre se ha llevado bien con el canon literario?

No estaría aquí sin él. Es parte de mi ADN.

En la novela se explica lo nerviosos que están los nobles por las revueltas de los esclavos en Jamaica y por la revolución francesa, en realidad bastante cercana en el tiempo y geográficamente… 

Sí, en Inglaterra hemos pensado mucho en por qué no nos llegó… supongo que porque ya veníamos de una guerra civil sangrienta en el siglo XVI. Lo que ocurrió en el siglo XIX no fue violento, pero en realidad fue una batalla absoluta y me recuerda mucho a lo que está sucediendo hoy.

Explíquese. 

Estoy leyendo sobre las audiencias en Estados Unidos contra TikTok. Facebook, Instagram porque hay una serie de casos sobre suicidio infantil. Y lo que se ve en los memorandos secretos de Facebook es que son muy conscientes de que están ganando una enorme cantidad de dinero y, muy pronto, no podrán hacerlo. Estamos exactamente en ese punto de inflexión. Es realmente interesante leer esos documentos de Facebook, porque básicamente dicen: sabemos que se producirá una regulación, así que debemos ganar tanto dinero como podamos. Hay una pequeña nota sorprendente en la que Mark Zuckerberg dice que cada niño de 13 años vale alrededor de 275 dólares. Es un precio, como el precio de un esclavo. Así que esto no durará mucho tiempo, porque en todo el mundo la gente está despertando, dándose cuenta de lo que se les ha hecho a sus familias, a sus hijos, a sus democracias.

¿Algo parecido a lo que sucedió en 1830?

Las personas que dirigían las plantaciones eran conscientes de que el sistema estaba cambiando por las protestas y la rebelión de los esclavos. Aquello supuso solo el fin del dinero no regulado. Porque eso es la esclavitud: no tienes que pagarle a nadie. Es el dinero más fácil que puedes ganar. Me interesaba plasmar ese momento en el que la gente intenta desesperadamente sacar el último penique de una situación que saben que está a punto de terminar. Es un momento revolucionario.

¿Cómo se le ocurrió una protagonista tan aguda y perspicaz como Eliza Touchet?

Creo que la gente no cambia tanto y que en la época victoriana había la misma cantidad de sexo y de gente obstinada e inteligente que ahora. La pregunta es: ¿qué tipo de estructuras políticas permiten a las personas desarrollar sus capacidades? Cuando pienso en las mujeres, en los en miles de años en los que una categoría de personas no pudo desarrollar sus capacidades… Pero sabemos que Jane Austen, 100 años antes, estaba escribiendo libros en un rincón de su sala de estar, cuando no tenía que preparar el té a familiares y amigos aburridos. Y hay que pensar en todas las mujeres que tal vez no hayan sido genios como Austen, pero tuvieron la voluntad necesaria para escribir una novela en intervalos de cinco minutos, como lo hizo ella. Con Eliza me pregunté: ¿cómo debía ser estar tan frustrada?

Ha dado clases en una época difícil para ser joven, ¿cómo ve a la generación que hoy tiene veintipocos? 

La última clase que di fue en París hace unos cuatro años. Lo que noté fue una gran tristeza. Alguien hizo una broma sobre el año 2034, y la clase se rio y yo no sabía lo que querían decir porque soy vieja. Me explicaron que para su generación, uno de los memes más comunes es la idea de que el mundo se acabará en 2034. Pregúntale a cualquiera que tenga 22 años en Estados Unidos. Son como milenaristas, realmente tienen una sensación de apocalipsis. Incluso si piensan que es una broma, es muy duro pasar toda la infancia creyendo eso. En la clase había una chica americana muy alegre que quería ser abogada, pero todos los demás decían: a la mierda, no quiero ser nada. No querían trabajar. Me pareció una respuesta interesante. En mi generación estábamos obsesionados con la ambición y el éxito, y me alegra ver una generación a la que simplemente no le importa eso.

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