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La vida eterna de los patios pese a un adiós casi inevitable

Cuando apretaba el sol, el padre de Rosario tapaba los desagües del patio con trapos y empalmaba el grifo de la cocina con una especie de tubería que daba al espacio central de la casa. El agua caía a borbotones y, pasados unos minutos, entre aquellos floridos rincones, los niños chapoteaban en una piscina que es una vida en la viva imagen que ella mantiene en su memoria.

Rosario, Milagros, Tomás y Paco no se conocen, pero entre ellos existe un vínculo tan fuerte que son capaces de experimentar sensaciones muy similares casi al mismo tiempo. El lector, por el momento, sabrá de ellos que son cuatro cordobeses. Y lo que existe entre uno y otro no es fruto de la telepatía, sino de la pasión que entraña la vivencia de una experiencia grata que todos ellos comparten, que el tiempo fosilizado en la memoria aviva y que tiene un denominador común: un patio cordobés.

Escañuela 3. Tomás recoge las naranjas de un gran árbol, que se alza en la parte central del patio. Francisco González

Las líneas de hoy tratan sobre un posible adiós a ese nexo. Adiós a una vida, adiós a un hogar, adiós a una herencia. Porque, tras nacer y crecer, durante décadas, en esos rincones, que además participan en el concurso anual, los cuatro -sin saberlo mutuamente- puede que tengan, por distintas razones, que despedirse de sus casas patio, puestas a la venta en portales inmobiliarios. Ninguno se opondrá, si llega una buena oferta.

Nacer entre flores

Agustín Moreno 43. La galería del patio, un lugar fresco y de descanso del patio cordobés. Francisco González

De un patio brotó hasta el nombre de Milagros, una de las cuatro propietarias que tienen su espacio en venta. Tal es la profundidad de las raíces que estas construcciones, en torno a las que giraba la vida de antaño. Un accidente, cuando la madre de Milagros estaba al final de su embarazo, puso en riesgo su nacimiento. En vilo, las vecinas de Parras 8 tuvieron claro cómo se llamaría la niña si todo terminaba quedando en un susto. Así fue y hoy aquella que nació entre las flores tiene que despedirse de su hogar.

Digo tiene, porque la necesidad le obliga a tomar una decisión que ha meditado, en silencio, durante un año entero. La necesidad de soltar, de que la casa no tome el control de su vida. Porque, a veces, los lazos atan. Y Milagros se ve capaz de vivir y disfrutar el recuerdo de unos rincones que lo son todo para ella. Allí donde, entre piernas y macetas, colaba canicas esperando la regañina de sus numerosos vecinos, donde romper una maceta -y dos, y tres- era resultado del disfrute llevado a las últimas consecuencias. Aquel torbellino de niña, como ella misma se define, creció rodeada de plantas y de ojos que adoraban una tradición convertida hoy en símbolo mundial de toda una provincia. Por sus padres entendió la pasión y, pensando en lo que querrían para ella, ha tomado ya la decisión. Por tiempo, por libertad. Y, sin embargo, con pena. 

Parras 8. Visitantes contemplan las coloridas flores en el patio del número 8 de la calle Parras. Francisco González

Mismo sentimiento se aprecia en la mirada trémula de Rosario que, tras rebuscar en cajas de fotografías de hace más de medio siglo, recorre cada sala de su casa. Ella, como Milagros, nació al abrigo de los pétalos, en Céspedes 10. La memoria debe taladrar como una gota incesante sobre su razón. Pero, dentro de esa pena que siente por desprenderse de su vida, ha entendido que llega un momento en el que es mejor dejar atrás. 

Para ella, que sufrió recientemente, casi a sus 70 años, en propia carne las consecuencias de dedicarse con tanto esmero al patio, se abre un nuevo camino en su vida. Si todo sale bien, dejará su casa-patio en otras manos y vivirá tranquila en el cobijo que le ofrece el recuerdo eterno de las flores.

Rosario muestra la parte subterránea de su casa-patio, en el número 10 de Céspedes. Manuel Murillo

Como si el agua se estuviera esfumando por los grietas de la memoria y dejasen paso al presente, la realidad se hace ante los ojos de Rosario, que sale a la puerta de su casa, mira a un lado y otro, y observa a los turistas pasar ininterrumpidamente. El tiempo es impiadoso, aunque los años bien vividos otorgan a esta cordobesa el poder de no sucumbir a la nostalgia, de no dejarse limitar por sus fronteras encantadas. El patio ya es mucho para ella. Sola se ha dado cuenta y, por su misma voluntad, ha decidido decirle adiós.

Un espíritu eterno

En un espacio similar a los anteriores, de diferentes proporciones, Paco convivía con ocho familias al calor de un patio que unía las diferentes habitaciones de una gran casa de vecinos en el número 43 de la calle Agustín Moreno. La llama de una candela brilla en sus ojos cuando contempla la fuente, en el centro alrededor del que orbitaba la convivencia. 

Tomás muestra fotos históricas del patio. Alberto Ruiz

Sus primeros recuerdos comenzaron a formarse en el patio, al que llegó con dos años desde Bujalance. El trabajo de su padre en una almazara hizo que la familia cambiara de aires. El barrio se abrió para ellos como una flor en primavera. El patio y una tienda que regentaba su madre sirvieron de alicientes para estrechar lazos con sus gentes. Por eso, hoy en día es conocido en el barrio, aunque el tiempo haya acabado por renovar aquel ambiente familiar que Paco conoció en su infancia y juventud y que, hoy, añora.

De las ascuas de aquellas hogueras hoy brota el agua de un patio que, pese a todo, sigue acogiendo a sus vecinos con el mismo afán. Peroles entre flores sobre un suelo regado y fresco ponen fin a la primavera y abren las puertas a un verano que, sin duda, allí se lleva mejor. De aquellos años, que fueron tantos, Paco recuerda la infancia en un barreño de zinc o la barra tras la cual, en los años 80, ofrecía pimientos y salmorejo a los visitantes. A Paco se le hace difícil imaginarse lejos de aquellas paredes impregnadas en colores y en las que, cuando mira, ve todo el sudor y esfuerzo de un padre por conservar aquel espacio y sus irremplazables tradiciones. 

Milagros Aznar y su marido, entre sus flores. ALBERTO RUIZ

La vida en el patio nunca muere. Su espíritu parece eterno y, gracias a este, la familia de Rosario sigue reuniéndose, llorando penas y celebrando alegrías. Misterioso embrujo el que ejercen estos rincones, con sus espejismos de siglos, en los cordobeses. En el caso de esta familia, la última gran reunión tuvo lugar en noviembre, antes del nacimiento de una sobrina-nieta, cuando festejaron con una queimada gallega porque, en el patio, cualquier cultura es bienvenida. Y más, entre familiares.

El Sáhara en un patio

El Sáhara puede caber en un patio cordobés. Su arena llegó al número 3 de la calle Escañuela a mitad de la década de los 90. Las nuevas generaciones de saharauis crecen, entre sonrisas, en el abrazo de un rincón coronado por una buganvilla y gobernado por un naranjo gigante. 

El patio requiere un esfuerzo diario y los riegos en Agustín Moreno 43 son un trabajo esencial. Francisco González

En Escañuela 3, el patio cumple varias funciones. No solo es espacio de vida y convivencia, sino que ejerce, además, una importante función social y cultural. Integradora, especialmente. Da sede a la Asociación Cordobesa de Amistad con los Niños y Niñas Saharauis (Acansa) desde 1995, un año después de la inauguración de la entidad. Por eso, durante casi 30 años, se ha convertido en un espacio multicultural, donde los niños han encontrado la paz que venían buscando a Córdoba en los veranos de cada año. 

La asociación, que es arrendataria, no puede evitar su venta, pero, mientras sigan allí, seguirán cumpliendo con esa función que mueve a sus miembros. Tomás, secretario y antiguo presidente de Acansa, vivió sus primeros momentos allí hace 20 años, cuando en 2004 conoció la asociación y acogió al primer niño saharaui. Hoy, un pedazo de su vida está en el Sáhara y en aquel patio que tantas alegrías les ha dado y que, entre otras cosas, les facilita, al participar en el concurso, pagar el alquiler. 

Rosario cuida de las plantas que dan color a su casa. Manuel Murillo

«La gran mayoría han sido momentos buenos», expresa Tomás, mientras mira a las habitaciones, algunas convertidas en oficina, que se alzan en torno al patio cordobés. Como él, Milagros, Rosario y Paco experimentan la pena de la posible despedida, la nostalgia de aquel pasado que brota cada primavera, dando sentido al esfuerzo de tantas generaciones y a los recuerdos que se agolpan cuando uno mira al patio como solo saben mirar quienes han vivido la eterna y plena vida que, aún por suerte, gira en los rincones florecidos de la ciudad de Córdoba.

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