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El regreso de Alf a la TV: 6 razones por las que amamos la serie

Lo importamos en pleno gobierno de Raúl Alfonsín, en 1988, cuando Teledós lo sumó a su programación de los lunes a las 21. Nuestros corazones ya estaban colonizados por el E.T de Steven Spielberg y nuestros ojos, resignados a la grave crisis energética que provocaba drásticos cortes de luz que dejaba al país sin televisión. Alf, el marciano peludo llamado en verdad Gordon Shumway, alumbró a varias infancias.

El «Muppet mocoso», como lo definían los críticos, posterior a Mork y Mindy y anterior (y contracara) a Casados con hijos (Married with Children) nos mostraba a priori a una familia no disfuncional que transforma su armonía con la irrupción de un integrante no humano. Su intención, sin embargo, es bastante más profunda.

Ante una remake de Warnes Bros frenada, el premio consuelo es la reposición de la serie en un canal de aire argentino (domingos a las 11.50, por América). Un reestreno que nos devuelve a esos televisores armatoste, los anti-pantalla plana de panza exagerada. Parece un recurso retro, pero no. El mérito de Alf es no tener fecha de caducidad. 

Alf y su acción más criticada: querer comer gatos.

Alf y su acción más criticada: querer comer gatos.
Estrenado el 22 de septiembre de 1986 en los Estados Unidos, este Alien Life Forme (ALF) retrataba la vida de un ser que parecía joven, pero contabilizaba más de 200 años. Mezcla de perro, topo, oso hormiguero, antílope y otros cuantos animalitos, la marioneta de felpa siempre lograba gambetear al FBI y a la chismosa vecina Raquel Ochmonek. Mientras afrontaba el riesgo de ser descubierto, nos llevaba de las narices por una excursión de enredos maravillosos.

¿Por qué un séquito todavía celebra con tanta fuerza la reposición de un producto de la era analógica que puede verse fácilmente en YouTube? ¿Qué fibra nos mueve esa comedia blanca inofensiva?

A continuación, seis de los cien motivos por los que una multitud continúa venerando la serie.

Alf y Brian (Benji Gregory)

Alf y Brian (Benji Gregory)

1) Un viaje espacial delirante

Alf hizo creer a más de un inocente que Melmac formaba parte del sistema planetario. Ilustró sobre cuerpos celestes que giran alrededor de una estrella e impulsó el estudio escolar de Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno…

Entre sus lecciones involuntarias, enseñó que no estamos solos en el mundo, que el mundo es apenas un punto, y disparó las historias más fantasiosas en una trama nutritiva.

Habrá que agradecer a los creadores Paul Fusco y Tom Patchett que ese monstruito de ocho estómagos y perfecto inglés cayera en la casa de la familia tipo Tanner tras la explosión del asteroide. La tragedia se dio una vez que todos los habitantes de Melmac encendieron al mismo tiempo los secadores de pelo.

Alf en una publicidad de TV satelital (Captura TV)

Alf en una publicidad de TV satelital (Captura TV)
Un trabajo brillante del guion lo dotó de situaciones y personajes riquísimos. Alf puede aparentar un programa liviano, pero desborda de temáticas educativas y complejidades. Como «extranjero», señala lo peor del ser humano, pero también lo encarna.

«No es tan tonto como parece», escribió sobre el programa Tom Shales en Washington Post, en 1986. Una advertencia acertadísima.

2) El grado de «ochentosidad»

Casi no hay discusión: la década del ’80 se volvió predilecta a la hora de imprimir sensaciones, fundar una estética y vender merchandising. No por nada ficciones como Stranger Things reinan con su recreación temporal, la industria de la moda apela a la moldería de esos tiempos y la música de entonces se vuelve recurso de radios y plataformas.

Gordon Shumway, el nombre verdadero de Alf.

Gordon Shumway, el nombre verdadero de Alf.
En ese marco, Alf nos permite un paseo fascinante por el período pre-Wifi. En cuatro temporadas y 103 episodios emitidos hasta 1990, vemos teléfonos cuadrados de línea fija con cables enruladísimos, perillas y botones de museo en el garage de los Tanner, autos con pasacasete, walkman, computadoras pesadísimas que difícilmente podían predecir «costillas» como las Tablet o los celulares…

3) La impunidad libre de cancelaciones

Alf eructa, toma cerveza, tiene tendencia a la ludopatía, «revienta» las tarjetas de crédito, dice lo que los personajes humanos no podrían. Suerte que la ficción nació mucho antes de las redes sociales digitales, porque los guiones podrían haber sufrido cancelaciones, escraches, cultura de la ofensa.

Ocurrió pero sin demasiada prensa: los productores de NBC alertaron al creador Paul Fusco que bajara el nivel de cerveza en los discursos del extraterrestre y aleccionaron sobre peligros como artefactos eléctricos en bañeras, un recurso de Alf que podía ser mal ejemplo para los miniespectadores. Incluso hubo defensores de los derechos animales que firmaron contra el alien por su amor a los gatos como comida.

Los Tanner, una familia especial.

Los Tanner, una familia especial.
Ninguna de estas «lecciones» consiguieron torcer el espíritu del alien, inimputable.

4) Miserias ocultas que supimos de grandes

No eran los Ingalls, pero se parecían. Los Tanner, clan estadounidense amoroso delante de cámara, sufrían sus rispideces cuando la luz roja se apagaba. Años después se develó lo que hubiera arruinado la psiquis de varios infantes: los actores (en especial Willie, Max Wright, el padre de familia) detestaban al muñeco y llegaron a maltratarlo.

Las grabaciones con una marioneta resultaban complejas y demandaban 20 horas -solamente para un capítulo-. Fusco operaba al muñeco desde abajo, había otro titiritero para el movimiento de brazos y lo relativo a lo facial era manejado por control remoto. A esa difícil tarea de dar vida al peluche, se sumaba un actor de poco más de 80 centímetros que se calzaba el traje para las tomas de cuerpo entero.

El hocico más famoso.

El hocico más famoso.
Suerte que nuestra infancia estuvo a resguardo y los trapitos se lavaban en casa. De niños nunca supimos que Alf tenía «mellizos», criaturas clonadas para los ensayos, y que su cuerpito sufría tironeos y revoleos…

5) Sus guiños inmortales

Treintañeros/cuarentones: imposible comer un espárrago sin relacionarlo al instante con Alf. La serie creó un código común, un sistema de gestos, palabras y objetos que remiten permanentemente a la simpática historia del Alien. De allí que episodios como No es fácil ser verde (1987) sigan siendo virales, de lo más visto en la historia de la televisión.

En ese capítulo con cancioncita pegajosa incluida, Alf ayuda al pequeño Brian (Benji Gregory) a vencer la timidez y actuar como un espárrago en la obra teatral de su escuela. La misión social que tuvo la ficción se supo años después: tras el envío, miles de niños incorporaron a su dieta el alimento antes rechazado.

De Melmac a la Tierra.

De Melmac a la Tierra.

6) La moraleja: convivencia entre especies

Un juego de empatía. Eso propone la historia, una y otra vez. Quién no se intentó ponerse en los zapatos del extraterrestre obligado a vivir en la Tierra, quien no hizo el ejercicio de entenderlo cuando intenta encajar en esa familia, y quién no empatiza con esa madre, Kate (Anne Schedeen) a la que le irrita que el alien no siga ciertas convenciones sociales.

Tal vez la gran lección de interacción sin prejuicios la aporta un personaje pasajero de la serie, Joday, una mujer que al perder su vista jamás descubre que Alf no es humano. 

Los Tanner, en acción.

Los Tanner, en acción.
Vale la pena volver a ver Alf y refrescar datos de ese no humano tan humano que en su planeta estudiaba odontología (los melmaquianos solo tienen cuatro dientes) y cuya novia se llama Rhonda. Parece exagerado, pero alguna vez el mismísimo creador del boom, Fusco, le adjudicó a Alf un milagro: después de estar en coma, un chico despertó luego de que su familia reprodujera incansablemente, en la habitación del hospital, los capítulos grabados.

Mientras esperamos que algún iluminado magnate se digne a reflotar al sarcástico velludo alienígena, agradecemos que ese marciano nos siga enfrentando sanamente a tantas verdades sobre la condición humana. Larga vida a Alf.

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