Lo importamos en pleno gobierno de Raúl Alfonsín, en 1988, cuando Teledós lo sumó a su programación de los lunes a las 21. Nuestros corazones ya estaban colonizados por el E.T de Steven Spielberg y nuestros ojos, resignados a la grave crisis energética que provocaba drásticos cortes de luz que dejaba al país sin televisión. Alf, el marciano peludo llamado en verdad Gordon Shumway, alumbró a varias infancias.
El «Muppet mocoso», como lo definían los críticos, posterior a Mork y Mindy y anterior (y contracara) a Casados con hijos (Married with Children) nos mostraba a priori a una familia no disfuncional que transforma su armonía con la irrupción de un integrante no humano. Su intención, sin embargo, es bastante más profunda.
Ante una remake de Warnes Bros frenada, el premio consuelo es la reposición de la serie en un canal de aire argentino (domingos a las 11.50, por América). Un reestreno que nos devuelve a esos televisores armatoste, los anti-pantalla plana de panza exagerada. Parece un recurso retro, pero no. El mérito de Alf es no tener fecha de caducidad.
¿Por qué un séquito todavía celebra con tanta fuerza la reposición de un producto de la era analógica que puede verse fácilmente en YouTube? ¿Qué fibra nos mueve esa comedia blanca inofensiva?
A continuación, seis de los cien motivos por los que una multitud continúa venerando la serie.
1) Un viaje espacial delirante
Alf hizo creer a más de un inocente que Melmac formaba parte del sistema planetario. Ilustró sobre cuerpos celestes que giran alrededor de una estrella e impulsó el estudio escolar de Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno…
Entre sus lecciones involuntarias, enseñó que no estamos solos en el mundo, que el mundo es apenas un punto, y disparó las historias más fantasiosas en una trama nutritiva.
Habrá que agradecer a los creadores Paul Fusco y Tom Patchett que ese monstruito de ocho estómagos y perfecto inglés cayera en la casa de la familia tipo Tanner tras la explosión del asteroide. La tragedia se dio una vez que todos los habitantes de Melmac encendieron al mismo tiempo los secadores de pelo.
«No es tan tonto como parece», escribió sobre el programa Tom Shales en Washington Post, en 1986. Una advertencia acertadísima.
2) El grado de «ochentosidad»
Casi no hay discusión: la década del ’80 se volvió predilecta a la hora de imprimir sensaciones, fundar una estética y vender merchandising. No por nada ficciones como Stranger Things reinan con su recreación temporal, la industria de la moda apela a la moldería de esos tiempos y la música de entonces se vuelve recurso de radios y plataformas.
3) La impunidad libre de cancelaciones
Alf eructa, toma cerveza, tiene tendencia a la ludopatía, «revienta» las tarjetas de crédito, dice lo que los personajes humanos no podrían. Suerte que la ficción nació mucho antes de las redes sociales digitales, porque los guiones podrían haber sufrido cancelaciones, escraches, cultura de la ofensa.
Ocurrió pero sin demasiada prensa: los productores de NBC alertaron al creador Paul Fusco que bajara el nivel de cerveza en los discursos del extraterrestre y aleccionaron sobre peligros como artefactos eléctricos en bañeras, un recurso de Alf que podía ser mal ejemplo para los miniespectadores. Incluso hubo defensores de los derechos animales que firmaron contra el alien por su amor a los gatos como comida.
4) Miserias ocultas que supimos de grandes
No eran los Ingalls, pero se parecían. Los Tanner, clan estadounidense amoroso delante de cámara, sufrían sus rispideces cuando la luz roja se apagaba. Años después se develó lo que hubiera arruinado la psiquis de varios infantes: los actores (en especial Willie, Max Wright, el padre de familia) detestaban al muñeco y llegaron a maltratarlo.
Las grabaciones con una marioneta resultaban complejas y demandaban 20 horas -solamente para un capítulo-. Fusco operaba al muñeco desde abajo, había otro titiritero para el movimiento de brazos y lo relativo a lo facial era manejado por control remoto. A esa difícil tarea de dar vida al peluche, se sumaba un actor de poco más de 80 centímetros que se calzaba el traje para las tomas de cuerpo entero.
5) Sus guiños inmortales
Treintañeros/cuarentones: imposible comer un espárrago sin relacionarlo al instante con Alf. La serie creó un código común, un sistema de gestos, palabras y objetos que remiten permanentemente a la simpática historia del Alien. De allí que episodios como No es fácil ser verde (1987) sigan siendo virales, de lo más visto en la historia de la televisión.
En ese capítulo con cancioncita pegajosa incluida, Alf ayuda al pequeño Brian (Benji Gregory) a vencer la timidez y actuar como un espárrago en la obra teatral de su escuela. La misión social que tuvo la ficción se supo años después: tras el envío, miles de niños incorporaron a su dieta el alimento antes rechazado.
6) La moraleja: convivencia entre especies
Un juego de empatía. Eso propone la historia, una y otra vez. Quién no se intentó ponerse en los zapatos del extraterrestre obligado a vivir en la Tierra, quien no hizo el ejercicio de entenderlo cuando intenta encajar en esa familia, y quién no empatiza con esa madre, Kate (Anne Schedeen) a la que le irrita que el alien no siga ciertas convenciones sociales.
Tal vez la gran lección de interacción sin prejuicios la aporta un personaje pasajero de la serie, Joday, una mujer que al perder su vista jamás descubre que Alf no es humano.
Mientras esperamos que algún iluminado magnate se digne a reflotar al sarcástico velludo alienígena, agradecemos que ese marciano nos siga enfrentando sanamente a tantas verdades sobre la condición humana. Larga vida a Alf.